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Que soy de Nacional porque es el único equipo para defender el cual hubo gente que dejó una revolución en marcha y se vino a la ciudad; porque es la primera institución deportiva realmente nacional que se formó en este país, para ingresar en la cual no había que tener apellido inglés; porque adoptó como distintivo los colores de la bandera federal, la de Artigas, la nuestra, la de todos, aún la de los “manyas”. Porque tiene su cancha y su sede en el emplazamiento exacto –gloriosa sonrisa de la Historia- en que se alzaba la “chacra de la Paraguaya”, donde una asamblea de orientales libres eligió a Artigas como portavoz y conductor. Porque aún se me encoge el alma, en esa emoción silenciosa y trémula de las memorias adoradas, cuando evoco a mi madre trayéndome a la cama, donde yacía desperezándome en la mañana de mi cuarto cumpleaños, un equipo resplandeciente: camisa alba como la primera luz del día, pantalón azul como el mar que a lo lejos, se insinuaba en mi ventana en una continuidad cromática con el cielo de agosto, medias con vivos rojos como la cresta de un cardenal. Ese tesoro que tomaron mis brazos temblorosos y la voz de mamá que me dijo, simplemente, “Feliz cumpleaños” (las mismas palabras que una eternidad más tarde me repetiría, con un amor acrecentado por las peripecias de toda una existencia en común, desde su lecho de muerte) marcaron para siempre mi corazón, mis entrañas, mi espíritu, con el fuego ardiente de una pasión que se confunde con la vida misma. Por todo eso soy de Nacional, que es como decir que soy yo mismo.
La Nobleza